11/28/2006

Un día gris



Estuve paseando por la calle Santa Engracia y la calle General Arrando. Tenía que hacer un recado, sin prisas y aproveché la ocasión para ver despacito esas calles.

Es una zona de edificios nobles, caros, con porteros con aire cansado y aburrido apoyados en los quicios de las puertas.


El día era nublado, y le daba a todo una pátina plomiza y somnolienta, como si todo fuera más despacio de lo habitual. En General Arrando una niña fumaba en un balcón. Se escondía tras la contraventana, de forma que apenas se le veía ni desde la casa ni desde la calle. Fumaba a escondidas, esperando que su padre, alguien importante, no la viera al salir del garaje con el coche.


Vi muchas tiendas de ropa muy caras, muchas de ropa de niño. Eran ese tipo de tiendas donde apenas hay expositores, pero hay muchas dependientas que se ocupan de ti, y te hacen el traje a medida. Eran espacios, que desde la calle prohibían la entrada a la gente normal, estableciendo claramente las barreras: puedes pagarlo, no puedes pagarlo.


Había edificios realmente hermosos, con patios interiores amplios, decorados con filigranas en yeso y piedra, con plantas. Ese día plomizo un poco tristes, decadentes, pero seguro frescos y acogedores en verano.


Es una zona peculiar, en la que todavía sobreviven algunos comercios antiguos, de cuando era la gente pobre la que habitaba una zona lejos de un centro que acabaría por fagocitarla. Sin embargo ahora, te cruzas constantemente con jovenes vestios de uniformes colegiales, de esos que tienen un escudo con leyenda en latín.


Me gustaron esas calles, pero yo era un extraño.


Salir adelante, en el suelo

No sé cómo se llama. He intentado hablar con él, pero no habla español. Por eso se sienta en el suelo, y con la mano hace gestos de llevársela a la boca, pidiendo para comer. En Gran Vía acaban de encender las luces de navidad. Enfrente, algunos gastan dinero en un sex shop, en lo superfluo. La gente entra y sale del metro como si él no fuera más que una parte incómoda del moviliario.
Estoy un rato mirándole. Le hago las fotos con el móvil. Nadie le da nada. El vaso de plástico con el que pide está vacío. Me acerco y le doy cinco euros que llevo encima. Me mira y me hace entender que está agradecido.

¿Donde dormiría esa noche? En la calle hacía frío, y el asfalto es tan duro...

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11/23/2006

¿Que pasaría si nunca pasara nada?



Pues seguramente que tendríamos una ciudad llena de encanto, con espacios abiertos, edificios singulares... Siempre me ha parecido que el Ayuntamiento, el actual y los anteriores han tenido muy poco respeto por el estilo artístico de las calles, sobre todo las del centro, en las que siempre se ha permitido tirar edificios y levantar nuevos que no guardan el estilo y la estética de los demás edificios de la calle.

Así, los pocos inmuebles que sobreviven a la construcción feroz quedan deslucidos, como hechos aislados y no como norma.

Uno de los últimos, en la Avda. Albufera, donde tiraron un precioso edificio de dos plantas de ladrillo del siglo pasado, y están construyendo un mazacote.

11/16/2006

Agua de madrid

Mayrīt (Magerit en su forma castellanizada, y después Madrid), cuyo significado no está claro, pero que parece ser el híbrido de dos topónimos muy parecidos: uno mozárabe, matrice, con el significado de «fuente», y otro árabe, majrà, que significa «cauce» o lecho de un río. Ambos aluden a la abundancia de arroyos y aguas subterráneas del lugar.
(Wykipedia)

Es curioso que poco tiempo después, apenas unos siglos, grandes autores y el jocoso pueblo de madrid sólo recordaran el manzanares, y se burlaran de él por su poco cauce. Y que hoy sólo lo conozcamos como un cauce cautivo por el hormigón. ¿Cuántas galerías naturales no habrá bajo nuestros pies?

Hace poco más de cien años se corrió la voz de que una ballena, nada menos, estaba surcando el castizo caudal. Los madrileños, agolpados en las riberas, sólo pudieron contemplar una albarda de burro que movía el agua.

La vida, también a pie por la ciudad


Las ciudades, cemento y acero, no pueden resistir, aunque nos empeñemos en no verlo por las prisas y por lo banal del hecho, que la vida se abra paso. ¿Cómo quedaría Madrid después de cincuenta años sin que nadie la habitara? Seguramente llena de vegetación salvaje conquistando cada rincón. Con un poco de tiempo más llegaría la fauna y al poco sería una ciudad perdida y un bosque encontrado.
La jungla, hecha verdor por el fervor de la vida. La vida, hecha animal por el poder natal de la jungla.